Hay editores de todos los tipos y estilos, desde los que ponen todo su empeño en editar las extravagancias más raras e incomprables hasta los que solo publican a autores con más de cien mil seguidores en su Instagram. Algunos sublimes, otros populares, desde los que se agarran a la pancarta del «todo vale si se vende bien» hasta los que convierten su sello en un olimpo de las letras, desde los más exquisitos y elegantes hasta los más toscos y sagaces. Más allá del amplio espectro que aglutina a los más diversos personajes en este complejo mundillo de los editores, si hay algo que tengo claro es que todos coincidimos en dos cosas: la primera, el amor por los libros (concretamente por los libros impresos), y la segunda, el odio por las devoluciones.
En efecto, el mercado editorial ha llegado a una especie de locura productiva que ha reventado todas las posibilidades reales de consumo. Se producen muchos más títulos y ejemplares de los que el mercado es capaz de absorber. No es ningún secreto. De ahí que cada vez que se lanza un libro a los escaparates se inicie un extraño ritual que implica a editores, distribuidores y libreros, y que consiste en dejar en depósito los afortunados títulos que llegan a los estantes de una librería, mantenerlos allí las semanas acordadas con el distribuidor y devolverlos a los almacenes si no han caído en las manos de algún cliente. Y con todo ello: albaranes de ida y vuelta, facturas y abonos, liquidaciones a los autores en positivo y después en negativo, torres de palés en grandes naves acumulando toneladas de papel impreso, descatalogaciones, saldos y finalmente grandes trituradoras que acaban con los libros que ya no albergan ninguna esperanza.
Demasiados costos materiales, logísticos y medioambientales que al final tienen que ser soportados por el precio de cada ejemplar, además de los propios de su producción y marketing (negociación de derechos con agencias, anticipos no siempre amortizados, diseño, maquetación, edición técnica, artes gráficas, impresión, encuadernación, promoción, etc.). Con todo, según la International Publishers Association (IPA) y la Federation of European Publishers (FEP), la producción mundial de libros impresos muestra una tendencia moderadamente al alza en los próximos años y a corto plazo. Un informe del grupo consultor PwC proyecta que la producción de libros impresos alcanzará los 2.400 millones de copias para 2025 (algo más de los 2.250 millones producidas en 2022), impulsada por la demanda continua de libros físicos en mercados emergentes y el aumento de títulos autopublicados.
Pero si hacemos un estudio más profundo de las transformaciones tecnológicas, de los saltos disruptivos que las innovaciones en IA están causando a escala global y del cambio en los patrones cognitivos de las nuevas generaciones, veo con mucha claridad que el concepto de libro que tenemos hoy está a punto de transformarse en algo muy distinto, especialmente con la llegada de los «libros inmersivos», que traerá consigo la computación espacial. Un libro ya no será un objeto de lectura… se parecerá más a un videojuego que fusionará realidad virtual, realidad aumentada y realidad mixta, donde el texto en sí mismo tendrá mucho menos protagonismo. Aunque el libro impreso no dejará de producirse, estará más orientado al coleccionismo que a la venta a gran escala, más o menos como ocurre hoy día con el vinilo en el mercado de la música: se sigue produciendo, pero la mayoría consume música a la carta y en formato digital por streaming. El clásico álbum o long play del siglo pasado ha pasado a ser un objeto para nostálgicos y coleccionistas, y nada tiene que ver con las formas en que se consume música en la actualidad. Todavía faltan unos años para que esto alcance al libro, pero siendo honesto yo no lo veo tan lejos, especialmente porque estamos en una burbuja productiva de libros impresos tan grande que no tardará en explotar: la industria del libro impreso no es sostenible y soporta demasiados vicios. Ha envejecido mal. Pero el libro digital, con sus nuevos formatos —y los nuevos lectores con sus mentes digitales—, se está preparando para entrar en el mercado editorial y convertirse en la forma natural de consumir lectura con más comodidad, rentabilidad, sostenibilidad y eficacia de lo que requiere el libro en papel.
Me apoyo para hacer esta afirmación en dos tecnologías computacionales que han cambiado las reglas del procesamiento y gestión de los datos y las transacciones: me refiero a la IA y la blockchain. Ambas tecnologías, aderezadas con los «contratos inteligentes», van a cambiar bastantes cosas que no funcionan bien en el actual modelo de negocio de los libros en papel. El visionario tecnológico Don Tapscott afirma en su libro Blockchain Revolution (2016): «La tecnología blockchain es un protocolo de confianza que podría cambiar drásticamente la forma en que se estructura y opera la sociedad». Pensemos en un mundo donde cada libro es un token único en una cadena de bloques, tan especial y rastreable como esa primera edición firmada que guardamos bajo llave. La blockchain aporta ventajas incontestables que resuelven las tesituras que han impedido que los ebooks, tal como se producen y comercializan todavía hoy, no hayan sido capaces de hacerse con el mercado. Veamos algunas de las ventajas revolucionarias de implementar una plataforma de distribución de ebooks basada en blockchain con contratos inteligentes:
- Royalties instantáneos y transparentes: por ejemplo, un lector compra su ebook y, como por arte de magia digital, el autor recibe su parte al instante. No más esperas de meses, no más cálculos misteriosos. El contrato inteligente se encarga de todo.
- Gestión de derechos a prueba de piratas: los contratos inteligentes son como un escudo de kriptonita contra la piratería. Cada copia es única, rastreable y tan segura como el secreto de la Coca-Cola.
- Ediciones limitadas verdaderamente limitadas: con los contratos inteligentes, se pueden crear ediciones exclusivas (NFTs).
- Préstamos y reventa controlados: los lectores podrán prestar o revender sus ebooks de forma controlada, generando sus respectivos ingresos a los derechohabientes.
- Micropagos y consumo fraccionado: a lo mejor un lector está interesado en leer solo un capítulo concreto y no todo el libro, pues vendámosle solo ese capítulo. O mejor aún, ¿qué les parece cobrar por minuto de lectura? Los contratos inteligentes hacen posible este nivel de granularidad, idea que está presente en el eslogan de Jeff Bezos: «Tu margen es mi oportunidad» (The Everything Store, 2013).
- Autoría colaborativa y distribución de beneficios: un libro escrito por múltiples autores donde los beneficios se distribuyen automáticamente según la contribución de cada uno.
- Gamificación de la lectura: ¿qué tal si el libro recompensara al lector por llegar al final? O mejor aún, ¿si desbloqueara contenido extra basado en cuánto tiempo pasa el lector reflexionando sobre ciertos pasajes? Los contratos inteligentes permiten todo esto y muchas más cosas que se van a imponer en el mercado de los libros, igual que Spotify le dio la vuelta a todo el mercado de los discos.
Pero ¿qué es un contrato inteligente? Los contratos inteligentes (smart contracts en inglés) son programas autónomos que se ejecutan en una blockchain cuando se cumplen condiciones predeterminadas. Imaginen contratos que se ejecutan solos, sin necesidad de intermediarios. Vitalik Buterin, el creador de Ethereum, los definió así: «Los contratos inteligentes son como un distribuidor automático: pones los datos, el dinero, y el contrato se ejecuta por sí mismo» (entrevista en TechCrunch, 2015). En el contexto de los pagos instantáneos y automáticos para la industria editorial, funcionarían así: el contrato (programa informático) se define con condiciones específicas (por ejemplo, «cuando alguien compra un libro»). En el momento en que se cumple la condición, el contrato se ejecuta automáticamente y realiza acciones predefinidas, como transferir fondos o conceder acceso al contenido. Sigamos con el ejemplo: un lector compra un libro, entonces el contrato inteligente: a) Verifica la transacción. b) Transfiere inmediatamente el pago al editor. c) Distribuye automáticamente los royalties al autor y otros titulares de derechos. d) Concede al comprador acceso al contenido digital. Entre las ventajas tenemos la instantaneidad: los pagos se procesan en segundos o minutos; la automatización: no requiere intervención manual para cada transacción; transparencia: todas las partes pueden verificar las transacciones en la blockchain; reducción de intermediarios: menos necesidad de procesadores de pago tradicionales.
Ahora, sé lo que están pensando: «Pero el papel, el olor, la textura…». Lo entiendo, créanme. Yo mismo tengo una biblioteca que haría que Marie Kondo tuviera pesadillas. Pero seamos honestos, lo analógico es pasado, y lo digital es presente. Las nuevas generaciones tienen una forma distinta de relacionarse con los contenidos y con el consumo. La digitalización del mercado editorial no es, después de todo, una decisión de los editores. Estamos abocados a ella. Así que nos enfrentamos a grandes desafíos.
Pero ¿desde cuándo los editores le tenemos miedo a un buen desafío? Somos los mismos que hemos navegado la transición del pergamino al papel, de la escritura a la imprenta, de la imprenta manual a la digital, incluso los mismos que convencimos al mundo de que necesitaban una biografía de cada miembro de One Direction.
En conclusión, la fusión de blockchain e IA no es solo una actualización tecnológica, es un renacimiento digital para la industria editorial. Ofrece la promesa de un ecosistema más justo, transparente y eficiente para todos los involucrados, desde el autor hasta el editor. El futuro del libro no solo es digital; es inteligente, autónomo y está encadenado (en el buen sentido de la blockchain). Yo ya estoy mayor para estas cosas y siempre preferiré el papel y la tinta. Pero, personalmente, me gusta observar cómo el mundo se transforma. Soy un friki de la tecnología, y aunque pueda parecer Hannibal Lecter diciendo esto, lo cierto es que llevo tiempo viendo morir al libro impreso, lentamente, casi disimuladamente, imperceptiblemente, aguantando el tipo como un lord inglés, hasta que no pueda más y de forma abrupta e inesperada desaparezca del mercado con un brexit digital.
Fuente: https://www.revistamercurio.es
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