Por Andrés E. Fernández Vergara, Centro de Sistemas Públicos (CSP) Ingeniería Industrial, Universidad de Chile
Hace algunos días, un medio de circulación nacional publicó un titular que es muy bien recibido por quienes estamos interesados en fomentar la lectura de manera sistémica en el país. Dicho título, producto de la presentación del Ministerio de Educación (Mineduc) de los resultados de la Encuesta de Percepción Lectora, sugiere que “la opinión de los alumnos en la elección de textos es clave para fomentar la lectura”. En la nota se presentan también adecuaciones curriculares para lograrlo. Frente a esta excelente iniciativa, me gustaría poner sobre la mesa que la operacionalización efectiva para un real y equitativo fomento de la lectura en Chile requiere de un compromiso político, económico y social de nivel nacional. Una tarea pendiente hasta ahora.
Lo primero a reconocer es que si realmente queremos considerar los intereses de los estudiantes en la toma de decisiones de libros de lectura obligatorios en la enseñanza básica y media (espero que así sea), debemos ser capaces de entregarles un rango amplio de posibilidades, acogiendo la diversidad de intereses lectores de una sociedad moderna. En otras palabras, se debe promover la bibliodiversidad a nivel escolar. Lo anterior, en concreto y en relación con las inquietudes manifestadas por estudiantes encuestados, significa poner a disposición formatos diversos (cómics, mangas, audiolibros, revistas, etc.) y temáticas diferentes (terror, feminismo y romance, entre otras).
Otro principio a considerar es que fomentar la lectura implica que ésta se mantenga como un hábito a lo largo de la vida, algo que aún no hemos logrado en Chile. Las Encuestas de Participación Lectora (EPL) de los años 2011 y 2014, en mala hora descontinuadas, dan cuenta de que son los estudiantes (particularmente de nivel escolar) los que más leen, mientras que el resto de la población es más pasiva. En 2011, un 31% del total encuestado declaraba leer por trabajo y/o estudio, porcentaje que aumentaba al 67% en la población de menos de 14 años. En 2014, por su parte, el 44% del total encuestado declaraba haber leído al menos un libro en los últimos 12 meses (“por motivos de estudio y/o trabajo”), porcentaje que aumentaba a 88% en el tramo entre 9 y 17 años. Es interesante destacar que, en ambas encuestas, el porcentaje de respuestas de motivo de lectura por ocio aumentaba con el tramo etario. Es decir, en general, los escolares leen más, pero no por gusto, y luego los adultos leen menos, pero con gusto.
Históricamente, el acceso al libro y a la lectura han estado, en general, supeditadas al nivel socioeconómico de las familias. Esto tiene, además, su manifestación más “liberal” en la distribución de librerías a nivel nacional: en 2017, Editores de Chile indicaba que el 61% de las librerías estaría concentrada en la Región Metropolitana y, dentro de esta, la mayor parte en Santiago, Providencia, Las Condes y Vitacura.
Para lograr incluir el interés de los estudiantes de manera efectiva y, lo más importante, de forma equitativa en la elección de los libros de texto que leerán durante su etapa escolar, se requiere de una estructura pública que lo sostenga. Si dejáramos únicamente a las familias la provisión del acceso a la lectura, caeríamos en las desigualdades de origen que marcan la educación actual en Chile. En nuestro país, la lectura es altamente influida por la familia: en 2014, la EPL indicaba que un 42% de los estudiantes, entre 9 a 14 años, leía libros regalados por su padre o su madre, en contraste con el 15% que indicó pedirlo prestado en la biblioteca de la escuela. Y aquí el panorama público es desalentador: al año 2021, el programa CRA (Centro de Recursos para el Aprendizaje) del Mineduc vio disminuido su presupuesto en un 30% con respecto a 2020. De forma similar, este 2021 su presupuesto corresponde a un 40% de lo que era hace una década. Adicionalmente, en 2019 la cobertura de bibliotecas CRA en enseñanza básica era del 93%, pero en enseñanza media era de tan solo del 32%.
Frente a esta grave situación, una alternativa es apoyarse en la infraestructura de bibliotecas públicas. Chile cuenta con una excelente red de más de 500 puntos de préstamos distribuidos a nivel nacional. No obstante, las bibliotecas son escasamente utilizadas por las familias chilenas. Según la Encuesta de Participación Cultural 2017, solo un 17% de las personas encuestadas dice haber asistido a una biblioteca en los últimos 12 meses (comparado con un 43% que va a salas de cine). Es más, un 29% dice no haber ido nunca a una biblioteca. Según cifras de Estadísticas Culturales del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, en la última mitad de la década se ha visto una tendencia a la baja (de 40 puntos porcentuales) en indicadores de visitas y usuarios a bibliotecas emblemáticas. Y, según la EPL, el porcentaje de lectores que solicita préstamos a bibliotecas está entre el 11% (2011) y el 9% (2014) de la población.
En síntesis, un real fomento lector requiere de i) voluntad para comprometerse a nivel de Estado, gobierno y Congreso, para cumplir con los objetivos establecidos en las políticas y planes de fomento lector; ii) una revisión urgente de los presupuestos dedicados al fomento del libro y la lectura (incluyendo la política de textos escolares); y iii) restituir, desde las familias, un tejido social que valore y comparta la experiencia de la lectura. Hoy nos encontramos en una coyuntura particularmente oportuna: el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio comenzó el proceso de formulación de la próxima Política Nacional de la Lectura, el Libro y las Bibliotecas 2022-2027. Este es un momento más que propicio para que estudiantes, docentes y el mismo Ministerio de Educación, desde sus unidades DEG, CRA y Textos Escolares, se sumen a un diálogo nacional sobre los objetivos nacionales en materia de libro y lectura. Solo con una política nacional construida participativamente, para la cual se comprometan recursos sustantivos para cumplir sus propósitos, podremos realmente convertirnos en un país que lee.
Fuente: La Tercera
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